sábado, 25 de agosto de 2012

Un fragmento de "Áyax" de Sófocles

Dentro de nuestra sección Si no puedes verlo puedes leerlo, fijamos nuestra vista en el Festival Internacional Internacional de Teatro Clásico de Mérida, que este fin de semana cierra su 58 edición con la puesta en escena de Áyax de Sófocles, en versión de Miguel Murillo  y dirigida por el irlandés afincado en España, Denis Rafter, al frente de la compañía Teatro del Noctámbulo, con José Vicente Moirón (Áyax), Fernando Ramos (Ulises), Isabel Sánchez (Atenea) y Elena Sánchez (Tecmesa) encabezando el reparto. En la Biblioteca podrás encontrar ésta y el resto de las obras conservadas de Sófocles en la versión de Manuel Fernádez-Galiano para la editorial Planeta.  
La tragedia narra un episodio quizá no demasiado conocido de la guerra de Troya. Áyax, rey de Salamina, es despojado del trofeo de las armas de Aquiles a causa de las maniobras de Ulises. En su desesperación y movido por la ira, Áyax ataca a los suyos con la intención de matar a Agamenón, Menelao y Ulises. La diosa Atenea se interpone y consigue confundirle para que sus ataques se dirijan hacia el ganado que constituye el botín de guerra griego. Ante las murallas de Troya, Áyax es consciente de la gran humillación a la que ha sido sometido y se hunde en un abatimiento que le conduce al suicidio. Los átridas deciden prohibir su enterramiento pero Ulises, el que fuera su enemigo irreconciliable, intercede por Áyax y logra que en su última hora reciba los honores que corresponden al soldado heroico. El siguiente fragmento corresponde al principio de la tragedia, cuando Atenea y Ulises se encuentran en el exterior de la tienda de Áyax.
 
Atenea. ¡Eh, tú, que atas a la espalda los brazos de los prisioneros! Sal, yo te llamo, Áyax, yo te hablo; ven delante de la puerta.
Ulises. ¿Qué haces, Atenea? No, no le llames aquí.
Atenea. Calla y recíbele. ¿Quieres alcanzar reputación de cobarde?
Ulises. No, por los dioses; pero es suficiente que permanezca dentro.
Atenea. Pero, ¿qué temes? ¿Antes no era un hombre?
Ulises. Y enemigo mío, por cierto, y especialmente ahora.  
Atenea. Y ¿qué placer más agradable que reírse de los enemigos?
Ulises. A mí me basta que ese hombre se quede en la tienda.
Atenea. ¿Te da miedo encararte con un hombre enloquecido?
Ulises. Si estuviera en sus cabales no le temería.
Atenea. Pero ahora, aun cuando esté junto a él, no te verá.
Ulises. ¿Cómo, si ve con los mismos ojos?
Atenea. Yo oscureceré sus ojos, aun cuando su vista es aguda.
Ulises. En verdad, todo es posible cuando un dios lo maquina.
Atenea. Silencio, quédate de pie, así, como estás.
Ulises. Me quedo, pero más quisiera estar en otro lugar.
Atenea. ¡Eh, tú, Áyax! Es la segunda vez que te llamo. ¿Tan poco caso haces a tu aliada?
(Áyax sale de la tienda con un látigo ensangrentado.)
Áyax. ¡Salud, Atenea, salud, hija de Zeus! ¡Qué bien me has asistido! Te coronaré de áureos trofeos, en agradecimiento de esta caza.   
Atenea. Bien has hablado. Pero, dime, ¿quedó tu espada bien bañada en la sangre del ejército argivo?
Áyax. Puedo jactarme de ello. No lo negaré.
Atenea. ¿Llegó tu mano a herir incluso a los Átridas?
Áyax. De tal manera que, lo sé, nunca más ultrajarán a Áyax.
Atenea. Así pues, están muertos, si comprendo tus palabras.
Áyax. Muertos están ¡y que vengan ahora a quitarme las armas!
Atenea. Bien. Pero ¿Qué me dices del hijo de Laertes? ¿Cuál ha sido su suerte? ¿O tal vez se te escapó? 
Áyax. ¿Me preguntas dónde está aquel ladino zorro?
Atenea. Sí, te hablo de Ulises, del que era tu adversario.
Áyax. Es mi más dulce presa, señora; dentro está; no quiero que muera todavía.
Atenea. ¿Qué piensas hacer antes? ¿Qué ganarás con ello?
Áyax. Antes de que atado a la columna de mi recinto…
Atenea. ¿Qué daño le vas a hacer todavía al desgraciado?

Áyax. …ensangrentadas sus espaldas muera a latigazos.
Atenea. ¡Oh! No maltrates así a ese desgraciado.
Áyax. En todo lo demás, Atenea, concedo que se cumplan tus deseos; pero ése será su castigo, y no otro.
Atenea. Entonces, si tu gusto está en obrar así, maneja tu mano y no ahorres nada de lo que tienes pensado.
Áyax. Voy a la obra. Sólo eso te pido, que siempre seas mi aliada como ahora.
(Áyax entra en la tienda.)
Atenea. ¿Ves, Ulises, qué grande es la fuerza de los dioses? ¿A quién se habría podido encontrar más sagaz que este hombre o más oportuno en el momento de obrar?
Ulises. A nadie, que yo sepa. Con todo, me da pena, desgraciado, aunque sea mi enemigo, cuando le veo uncido a un cruel destino. Y no pienso más en éste que en mí, pues veo que todos cuantos vivimos no somos más que figuras o sombras vanas.
Atenea. Así pues, al ver estas cosas, no digas tú jamás palabra alguna arrogante contra los dioses, ni te cargues de orgullo si prevaleces sobre otro por el peso de tu mano o por la numerosa abundancia de riquezas. Un solo día abate y levanta de nuevo todas las cosas humanas. Los dioses aman a los sensatos y odian a los malvados.

Sófocles: Áyax
58 Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida
Hasta el 26 de agosto de 2012

1 comentario: